lunes, 31 de enero de 2011

El domingo

Una vez más, Julio Domínguez recibió el primer rayo de sol de la mañana acompañado de un sonido insoportable del aparatejo que duerme con el noche tras noche, su despertador, el mismo que le obsequió su padre cuando entró a la secundaria. Definitivamente las cosas antes duraban mas, pues ese despertador lleva 25 años levantándolo en contra de su voluntad para empezar prematuramente un nuevo día.

De lunes a sábado, Julio Domínguez golpea con fuerza su despertador para descargar su mal humor y apagar el sonido taladrante que produce, se sienta en silencio en su cama con los ojos cerrados, respira hondo, se truena cada uno de los 10 dedos de las manos, los 9 dedos de sus pies –gracias a los cuetes de un 31 de diciembre 3 lustros atrás-, truena sus codos, rodillas, cuello y espalda, se talla los ojos, abre la boca grande y mueve su mandíbula para que truene así como el resto de su cuerpo, golpea la cama con sus manos a los costados y se levanta para comenzar un nuevo día.

Trabaja 6 de 7 días a la semana encerrado en una caseta de obra solicitando materiales y peleándose con proveedores, extrañamente no le molesta, de hecho le gusta su trabajo, lo que odia, es solo tener el 14.28% de la semana para despertarse tarde, desayunar con calma, ver televisión y salir a caminar. Un solo día a la semana le pertenece y es por eso que Julio Domínguez ama los domingos.

Desde hace unas semanas, Julio Domínguez perdió la felicidad que este día tan esperado le producía, todos los domingos un sonido aun peor que el de su compañero despertador invade su casa; el señor de la trompeta levanta a toda la colonia con las mañanitas seguidas por el cielito lindo, amor eterno y cualquier otra canción que su falta de talento pueda reproducir.

El primer domingo que esto sucedió, Julio Domínguez hizo su ritual de tronarse todos los huesos del cuerpo antes de levantarse para ver por la ventana al personaje aquel, le hizo shhhh con todas sus fuerzas sabiendo en el fondo que nadie lo escuchaba, cerró las ventanas y regreso a la cama, tapó sus orejas con la almohada y decepcionado de su técnica de aislamiento acústico, tarareó las canciones seleccionadas por el concertista dominical y se levantó de la cama para servirse un café, pues nadie puede dormir con semejante música desentonada.

Pasó una semana y Julio recibió su día libre con las mismas notas que siete días atrás, esta vez se paró de su cama, vio al señor de la trompeta y le gritó -¡silencio!-con todas sus fuerzas y agregó un porfavor con toda su educación, regresó a la cama y al escucharse a sí mismo cantando “Vamos al Noa Noa”, se paró, lavó su cara eliminando los rastros de sueño profundo de la comisura de su boca -baba- se talló los ojos y salió a comprar un café y un pan, pasó por al lado del señor de la trompeta, le dijo buenos días en tono sarcástico y con mirada agresiva, aunque nunca nadie la interpreta así debido a sus parpados caídos y largas pestañas. El señor de la trompeta respondió asintiendo con la cabeza.

El siguiente domingo, Julio Domínguez estaba preparado, había comprado unos tapones industriales y cerrado herméticamente las ventanas, pero aun con estas barreras al sonido, las notas mal tocadas se introdujeron en su oído y su mente y lo levantaron a las 8:33 de la mañana maldiciendo a José José y a su “almohada”, la canción favorita del señor de la trompeta.

Así las semanas se han convertido en meses y Julio Domínguez no solo odia la llegada del lunes sino la de todos los días, su malhumor se ha incrementado y su paciencia está a dos de darse por vencida. Este domingo, resignado, Julio no hizo nada por defenderse del terrible sonido semanal, es más, estuvo esperándolo aún antes de que comenzara. Lo escuchó, y previo a levantarse trató de descifrar la canción escogida para amargarle el sueño, en cuanto comprendió que era “a mi manera” tipo pasito duranguense, se paró aun mas enojado de su cama y mas despierto que nunca. Se vistió con unos pants de esos que siempre se usan los domingos y salió a la calle a buscar otro vecino enojado con el cual pudiera compartir su frustración, encontró varios y por primera vez se sintió comprendido, le comentaron que así sucedía todos los días y Julio logró sentirse afortunado de solo escucharlo los domingos.

Caminó y pasó al lado del sitio donde día a día se colocaba el señor de la trompeta con su falta de talento a inundar la colonia de canciones, para su sorpresa, esta vez no había nadie, solo estaba una mochila, el estuche de la trompeta abierto y la trompeta en su sitio. Algo se apoderó de Julio Domínguez, algo proveniente del lado oscuro de su interior lo empujó a tomar la trompeta y correr, al tenerla en sus manos se sintió el protector de Morfeo y el salvador de la colonia y justo cuando se disponía a correr de vuelta a casa un sentimiento apachurró su corazón cuarentón y exprimió el remordimiento de su ser; entre la lucha de lo correcto y lo incorrecto, Julio Domínguez encontró el equilibrio, metió la mano en la bolsa izquierda de sus pants grises, saco su billetera, sacó todo el dinero que tenia ahí, que para ser sinceros era mucho más del acostumbrado, mucho mucho mas, y lo aventó en el estuche vacio del señor de la trompeta, bueno del señor a secas pues su instrumento para este entonces ya estaba aventado en lo más recóndito del closet de Julio Domínguez.

Tras esconder la trompeta, Julio Domínguez se sirvió un café, leyó el periódico y decidió regresar a la cama a dormir un poco más, con una sonrisa en la boca, pensó en todos sus vecinos sintiendo la misma alegría que él al escuchar el silencio de la mañana, orgulloso de sí mismo, cerró los ojos y se dispuso a dormir. Transcurrieron los 5 minutos más perfectos de sueño, cuando de pronto, se escucharon patrullas de policía, sirenas y mucho movimiento en la calle. Julio abrió los ojos tan grandes que sus parpados caídos sintieron estirarse, el miedo lo invadió y quiso taparse la cara con la sabana, rezó por haber escondido bien el objeto robado y luego, un poco más calmado, se pregunto así mismo: -¿todo esto por una simple trompeta?

Se asomó por la ventana y vio el estuche abierto sin el dinero, tampoco estaba la mochila ni el "concertista", en su lugar habían muchas patrullas, todas rodeando la casa grande de rejas, que era idéntica a la suya y se encontraba ubicada en la acera de enfrente. Vio a los elementos policiacos saliendo de la casa con varios hombres esposados, sus vecinos, y sintiendo cada vez más miedo, se metió rápido a su casa pensando en el señor de la trompeta.

-Seguramente algo sucedió, tal vez alguien lo atacó, le robó el dinero y le encajó un cuchillo en el abdomen, y yo soy primer sospechoso al ser el ladrón de la trompeta-

Tenía que deshacerse de ésta antes de que la policía se diera cuenta de que se habían equivocado de casa, tenía que eliminar el instrumento que lo metía directamente a la escena del crimen. Así que tomo una mochila que no utilizaba desde que hacia ejercicio y tenia novia, metió la trompeta ahí, envuelta en ropa que llevaría a la lavandería, practicó su cara de tranquilidad en el espejo y cuando se sintió preparado, salió de su casa, con los mismos pants grises de siempre.

Al salir vio a muchos vecinos y se sintió tan observado que una gota de sudor corrió por su frente, se acercó lentamente un policía y antes de que dijera una palabra, Julio Domínguez ya estaba a punto de confesar su robo, se frenó cuando el policía le sonrió y le dijo, -buena mañana ¿no cree?, hemos estado siguiendo a esta banda de secuestradores desde hace mucho tiempo y nunca habiamos podido detenerlos, al parecer tenían gente vigilando los alrededores y anunciando cada movimiento de la policía protegiéndolos en cualquier lugar donde decidieran vivir.
Gracias al cielo que hoy fallaron con su técnica y su vigilante los abandonó dejándonos el camino libre. -¿Puede creerlo?, con solo una trompeta nos han traído dando vueltas y vueltas por toda la ciudad buscándolos

-¿Cómo dice?-pregunto Julio Domínguez muy extrañado

-El jueves descubrimos que tenían como vigilante a un indigente que tocaba la trompeta en la calle a cambio de unos cuantos pesos, lo que realmente hacia era anunciar la presencia de policías, enemigos o clientes, ya que cada una de sus canciones determinaba una señal para estos secuestradores.

-¿qué pasó con el señor de la trompeta?

-Dicen que lo vieron comprando un jugo en la esquina, que regresó a su puesto de trabajo, tomó su mochila y se fue, al parecer se llevó el instrumento

Julio Domínguez sonrió, agradeció al policía por haber salvado la seguridad de su colonia, aunque en el fondo se refería al silencio de los domingos. Se subió a su coche y se fue a la “lavandería”, botó la trompeta en el camino, la cual después seria encontrada por un niño de 8 años que al parecer si tiene talento. Regresó de muy buen humor a casa, tan buen humor que decidió salir a caminar.

En su paseo se encontró con Aracely Treviño, una guapa mujer de 37 años que vivía en la calle contigua a la suya. Jamás se habían visto.

Aracely era maestra de inglés y estaba todos los días en su casa dando clases de 11 a 7 teniendo solo un dia de descanso, el cual aprovechaba para irse a casa de su madre y huir de la musica callejera dominical. Tras el incidente aracely decidio quedarse en casa, salio a regar el jardin en pants rosas y chanclas, se encontró con Julio quien vestia pants grises y tenis, platicaron el suceso y se tomaron un café.

Dicen que vieron en un camión de la ruta palmas a un señor con una mochila y una sonrisa bien puesta, asomándose por la ventana hizo la parada del camión justo enfrente de la tienda de instrumentos musicales, entró y empezó a ver las trompetas, con la más bella de todas en sus manos y consciente de que le alcanzaba el dinero para comprarla, recordó como odiaba que su padre lo despertara con ese sonido todos los fines de semana y se dio cuenta de cuánto le molestaba tocar la trompeta, haciendo cuentas mentales de su dinero, aumentó el tamaño de su sonrisa y dejó el instrumento en su lugar, se sintió más libre que nunca y salió de la tienda, tomó otro camión y paró en la esquina de la avenida más conocida, se detuvo frente a la tienda que siempre veía desde afuera intrigado por los costos de lo que adentro se vendía, esta vez tuvo el valor de entrar y compró lo necesario para vivir lo que realmente le apasionaba. Se fue a casa tarareando la canción de “Querida” que significaba que ya se iba a descansar, llegó a casa, saludó a su familia, les platicó lo sucedido y luego obedeció sus pasiones, se puso a pintar en completo silencio.

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