jueves, 26 de agosto de 2010

¿Un cafecito?

Expulsada de mi casa por el calor y sumamente atraída por el aire acondicionado del lugar, llegué temprano a la cita del café con mis amigas y me preparé para hacer una de las cosas que más odio en la vida: esperar.

Pedí un café y así con mi taza en la mesa tendría un acompañante fiel que me haría sentir segura a pesar de las sillas vacías a mí alrededor. Recibí su aroma y con el me llegó el olor del trabajo del campo que me trajo hasta aquí mi bebida.

Volteando de lado a lado fui encontrando cosas interesantes que hicieron mi tarea de esperar más divertida que de costumbre. Me encontré a un señor con sus lentes a media nariz leyendo un libro y sonriendo para sí mismo. En la mesa de atrás vi una reunión de generaciones, tres mujeres iguales con la única diferencia en el tono de pelo y las experiencias guardadas en las arrugas de la piel.

Afuera, un papa incómodo con su hija adolescente esforzándose por tener un tema de conversación, el cual, continuamente parecía mudarse a otra mesa dejándolos solos saboreando el café que absorbía los silencios.

Doy un sorbo a mi taza y noto que no me importa tanto la ausencia de mis amigas, al menos no me veo como aquel joven que hace pequeñas bolitas de papel con la servilleta y se muerde las uñas esperando a alguien.

Han llegado mis amigas y tendré que cerrar el telón del espectáculo que sucede a mí alrededor. Cada quien pide algo diferente, pues entre amigas y cafés la diversidad es clave mientras se conserve la esencia. El café toma su papel de socializador y poco a poco nos avienta su aroma limpiándonos la pena y haciéndonos hablar más.

Salí del café con las luces apagadas y el reflejo de las luminarias exteriores en el cristal, me imaginé la reunión de las tazas, copas y cafeteras haciendo el recuento de los chismes del día. Me las imaginé escuchando a su grupo favorito y unas tacitas tocando “pa´ que en la realidad no se sufra tanto”. A lo que las cucharas contestaron muy entonadas: “Ojala que llueva café en el campo.”

viernes, 20 de agosto de 2010

Cuando diseño sin conocer al cliente, o tenerlo.

La imaginación es una herramienta clave en el proceso de diseño, sin embargo hay ocasiones en que se vuelve un problema estorboso para trabajar y justamente eso me está pasando ahora.

Cuando diseñas una casa para venta y no tienes un cliente definido, las posibilidades crecen a la par de tu imaginación. De repente me encuentro viendo la pantalla sin mover una sola línea, moviendo de mi cabeza los comandos (l, offset, trim, co, ma, etc) que están casi tatuados en mis neuronas y abriendo huequitos para imaginar.

Comienzo pensando en cómo será la familia que vivirá ahí y cuales sus necesidades, aunque luego mi mente navega por la posibilidad de que sea solo un grupo de amigos, o tal vez una persona sola, un matrimonio maduro con hijos grandes o que tal unos recién casados. Empiezo por la sala comedor y me imagino a unos amigos fiesteros y mucha música, a empujones viene una señora que vende mary kay y hace postres para sus amigas, entre codazos se aparece un chef, y como puede se defiende una mama con cuatro hijos y hace espacio también en mi cabeza. Para este momento ya va pasando la mañana y entonces pienso en mi coca light y mis papas correspondientes, así me distraigo un poco de las aproximadamente 45 novelas que estoy recreando en mi mente y apenas voy en el área social, aun no entro a los problemas maritales, la educación de los hijos, los hobbies ni los secretos, en fin, al meollo del asunto, claro aun no subo ni el primer escalón de la casa, es decir, aun ni dibujo la escalera.

Regresando a esa pantalla negra (autocad), retomo mis historias y comienzo a hacer mas, la sala de tele me quita poco tiempo, solo debatir entre sí es un adicto al cine, le gusta leer o apasionado con los videojuegos, en fin, eso no altera tanto el espacio asi que el problema es llegar a la recamara principal, donde me vienen a la cabeza miles de historias, pienso en cerrar autocad y abrir Word para empezar a escribir una de tantas novelas que están pasando en mi mente. Mi jefe me pregunta cómo voy con la casa y yo solo contesto, “bieeen”, dando un sorbo a mi coca y moviendo la cabeza para sacudir de nuevo las historias y regresar a la arquitectura.

La recamara principal me toma muuucho tiempo, “las parejas” es un tema muy divertido y fácil de explorar en mi cabeza pero difícil de entender, he tenido de todo ocupando esta casa en proceso de diseño: viejitos, historias y música del ayer, jóvenes, primeros matrimonios, segundos y hasta terceros, a veces hay amigos y novios, novios y enemigos, alcohólicos, un payaso, un viudo, enfermedades, una estudiante y hasta una maestra de inglés.

Me imagino sus pensamientos antes de ir a dormir y justo cuando van a levantarse, como acomodarían su ropa, que es lo primero que ven al despertar, la música que llenaría el espacio y la vida que observarían estas paredes, hasta ahora limitadas a líneas en mi computadora.

En fin, salgo de la recamara principal y voy al resto de las habitaciones donde siempre me toma mucho tiempo pensar en los closets o vestidores, para mí son espacios vitales en una casa, o acaso les gusta tener todo tirado?, ya me imagino todo lo que esos metros cuadrados guardarán: la biografía de una persona en cosas materiales. Tal vez no suene normal esto pero yo nunca he dicho que yo lo sea.

Ante esta fuga de historias de mi cabeza, entre comandos, reglas de diseño, intuición, sentimiento, estética, volumetría y algo (bueno mucho) de proyección, van pasando las horas y me doy cuenta de que mi trabajo diario no es tan aburrido. Así paseo por esta casa que puede albergar a mil personas diferentes y trato de hacerla lo más “universal” posible, pero capaz de que cada quien le dé su propia personalidad. Termina el día y casi siempre estoy contenta con el resultado, imagino que el diseño favorecerá a la felicidad de quien lo viva, sin embargo, apago la computadora y olvido cerrar en mi mente el programa de la “novelas arquitectónicas” y sigo pensando en las historias en el camino a casa hasta preguntarme a mi misma si me equivoque de profesión.

Lo cual olvidaré cuando vea la obra construida, creo.