jueves, 8 de agosto de 2013

El Sauce

Revienta la ola y pasa una pareja de gaviotas volando bajo, justo a la altura del toldo del carrito de los elotes, lo que provoca que el vendedor levante su cabeza y haga una mueca graciosa al momento en que dos enamorados tomados de la mano se dejan golpear por el vaivén del mar. Entonces se escucha ese click que tanto me satisface: tomé una foto más. Esta mañana en la playa, acompañado de Mango, un labrador de 6 años y mi novia, una nikon D3200 recién adquirida como auto-regalo de cumpleaños, ha sido relajante, muy relajante, por no decir aburrido. En estos momentos solo puedo pensar en lo mucho que extraño a José María, mi fiel compañero de aventuras, el brazo extra que necesito para cargar la hielera, el cómplice perfecto tanto en la plática fluida como en los silencios cómodos, en resumen, el mejor amigo. Me preparo para irme, recojo mi toalla, el plato de Mango, mi botella de agua y me doy cuenta de que he aprendido a viajar ligero, tal vez porque últimamente viajo solo. Veo la hora y me doy cuenta que tengo que apurarme, llegaré tarde a mi cita de los sábados. Últimamente me he vuelto tan metódico, como mi padre. Son las cuatro de la tarde en punto y ya estoy aquí, con un paquete en las manos, unos cigarros y una tristeza que trato de disimular aunque pesa tanto que hasta me veo más bajo de estatura por la carga. Por fin me dejan entrar y lo veo ahí, sentado con la espalda recta, se levanta y nos abrazamos como siempre lo hemos hecho, con sinceridad, un apretón de manos y una sonrisa leal chocan con nuestro encuentro. “Siéntate”, me dice, “estás en tu casa”, mientras giramos la cabeza y vemos a los extraños que nos rodean. -Fui a tomar fotos a la playa hoy, si vieras a Mango, ya es casi un perro viejo. -Gracias por cuidarlo Miguel, lo extraño mucho, espero que salga en las fotos, déjame verlas. -Aquí están José María tomó el sobre de papel manila con sus manos delgadas, lo abrió y sacó las fotografías recién impresas hace apenas media hora. Las iba pasando una a una, y yo, analizando su cara, esperaba una reacción de mi mejor crítico, de quien desde los años de universidad espero aprobación para cada exposición o trabajo que consigo como fotógrafo. Él fue el único que me motivó a dedicarme a esta pasión y se lo agradezco cada vez que escuchó ese “click” que tanto me emociona. De pronto se detuvo y se quedó fijando su mirada en una de mis fotografías, moría por saber cual era pero lo veía tan concentrado que esperé con ansias hasta que él dijera la primera palabra. Escuchó las gaviotas y sintió la sal en sus labios, movió los dedos de sus pies dentro de los zapatos pero lo que sintió era la arena blanca que tiene Miramar, levantó la mirada y el sol lastimó sus ojos, provocando que regresara la vista hacia el mar donde sonrió con los enamorados juguetones mientras se saboreaba un elote con queso y mayonesa, sintió el húmedo y caliente vapor que salía del hocico de mango esperando una muestra de cariño. Sonrió y dijo: “¿me puedo quedar con esta foto?” -¡Claro!, respondí, es tuya. ¿Qué quieres ver el próximo sábado? -Extraño ir a pescar. -Pues entonces, te traeré el Tamesí. -Gracias amigo. -De nada. Incliné la cabeza como en reverencia y de pronto me sentí un poco ridículo al hacerlo y me levanté. Tras platicar por un rato me retiré de mi cita de las cuatro con el mismo apretón y la misma sonrisa, aunque esta vez fingida. Salí de la sala y caminé hacia mi coche, mientras el salió de la sala y caminó hacia su celda. Ambos llevábamos fotografías en la mano, yo mis recuerdos de la mañana y él sus añoranzas del mañana. Una confianza desmedida a una persona indebida provocó que mi mejor amigo esté purgando una pena que no le corresponde. Asuntos legales, impuestos, dinero y corrupción, juegan con la reputación de una de las mejores personas que conozco y yo no puedo hacer nada. Pensar que a los 18 años opté por el camino de la fotografía en lugar de las leyes, y que fue él quien me convenció de hacerlo, me provoca hasta risa la ironía y me arrepiento de serle inútil en estos momentos. Mi mejor amigo está en la cárcel y nunca he podido preguntarle cómo se vive ahí adentro. Tengo miedo de la respuesta y de ver desmoronarse a mi amigo el fuerte, el que toca la guitarra y tiene buena voz, el alma de las fiestas y el campeón de todos los torneos de tenis de la zona, el galán que nunca seré y el amigo que necesito. Solo en su habitación de 2.75mx2.75m, José María tomó una tachuela y colocó la fotografía en la pared, justo al lado de una imagen anterior, tomada en el café de la plaza, donde se escucha el choque de las alas de las palomas al tratar de huir de esa pequeña amenaza de 5 años que les avienta migajas de pan con más fuerza de la que parece. Entrecerró los ojos y pidió un americano con leche, sintiendo la mirada de las meseras coquetas, sonrió y miró fuera del local, hacia el kiosco, él sabe que tiene un perfil privilegiado así que les dio unos segundos de libertad a las chicas para que lo vieran con tranquilidad, tomó el café y salió a la plaza donde se sentó en una de esas pequeñas mesitas que colocan en el paseo peatonal, leyó el periódico y escuchó las campanadas de la catedral, se apresuró para terminarse el café, dejar propina y atravesar la plaza para dirigirse a misa en ese edificio pintoresco lleno de colores al que antes solo iba en bodas de amigos, de hecho, no recuerda la última vez que fue a misa en su libertad, ahora trata de hacerlo cada domingo a través de sus fotografías. …y con tu Espíritu… Brincó de una foto a otra y se mudó al paisaje que retrató Miguel por la mañana, jugó con mango y por fin pudo probar un elote asado que tanto ansiaba, decidió permanecer todo el día en la playa, hasta quedarse dormido, en fin, no había nada mejor que hacer por aquí. Una vez aterrizando de aquella bajada del diablo llegué al parque donde salen las lanchas rumbo al Río Tamesí, paseo obligado de mis vacaciones de semana santa con José María, esta vez no tenia lancha propia, pero me subí a una pública y recorrí los manglares, los cocodrilos y las aves con mis ojos siempre sorprendidos. Llegamos a un terreno donde me impresionó la presencia de un árbol, tan grande y tan triste: un sauce llorón. Era la imagen perfecta, había una mujer recargada sobre mi protagonista, el sauce, con una mano sostenía un libro y con la otra acariciaba el tronco de aquel personaje. Quería congelar el tiempo en una fotografía, sabía que José María me felicitaría por ella, pero de pronto, una inoportuna mujer se atravesó entre mi lente y la imagen perfecta, con su pelo café a punto de ser rojo y una sonrisa un poco más inclinada hacia el lado derecho, sonrió avergonzada y tras 14 “perdones” seguidos, donde el brillo de sus ojos flasheaban mi mente, olvidé el sauce y a la mujer del libro. Imprimí las fotos, la vi de nuevo y noté el verde de sus ojos, quería platicarle a José María de mi encuentro inesperado pero, siguiendo nuestro famoso dicho de “no comer pan frente a los pobres”, decidí omitirlo. Llegué de nuevo puntual a mi cita del sábado a las cuatro, con mi paquete de fotos en el sobre manila y mi cajetilla de cigarros. Saludé como siempre a mi amigo de siempre, y le extendí el paquete esperando su aprobación a mi trabajo artístico de la semana. Tomó el paquete en sus manos y empezó a ver una tras otra las fotografías, se detuvo en una y yo me moría por dentro de saber que foto había causado tanto brillo en sus ojos -¿Puedo quedarme con esta? -¡Claro! La que tú quieras, dije mientras me asomaba a ver qué fotografía había sido la ganadora. -Ahh claro, esa mujer se atravesó en mi toma y terminó mejorándola por mucho, ¿no crees? -Vaya que lo creo, dijo. Y tras una plática común se despidieron. Miguel se dirigió hacia su coche y José María hacia su celda, esta vez de 3mx3m, donde tomó una tachuela y colocó la fotografía junto a la anterior, la de la playa. “Hoy iremos a pescar”, se dijo a sí mismo, y entonces la fotografía tomó vida. El sauce comenzó a menear sus hojas al ritmo del viento y por fin comprendió el significado de “una brisa hechicera”, el ambiente supo salado y hasta la temperatura del lugar cambió, sus manos olían a carnada y sintió su piel tostarse con el sol. “Estoy loco”, pensó… pero que vivo me siento, vivo y libre, libre y feliz. De pronto, un día no estipulado por la rutina, me llamó José María un tanto emocionado, me comentó que ya es mucho tiempo el que ha pasado desde su última cita, y si bien recordaba, yo tampoco había usado mi fama de galán últimamente, así que me retaba a tener una antes del sábado, me retó a que el sobre manila del sábado, tuviera esta vez, evidencias de una cita romántica. Acepté el reto y siendo un poco infiel a mi nikon, decidí invitar a otra dama a formar un trío con nosotros dos, y aceptó. La primera fotografía fue de mi imagen en el espejo, si tan solo se pudiera oler el perfume y las ganas que le puse a mi aspecto, la segunda toma: la puerta de su casa, como tercera imagen tomé la cena, muy “instagram” pensé, la siguiente imagen era ella caminando hacia el baño, seguro pensará que soy muy raro por andar tomando fotos, pero inventaré que es un proyecto que tengo en puerta. Quinta imagen, su mano en la copa, sexta imagen, su mano diciéndome adiós con la puerta entrecerrada de su casa. El sábado Miguel llevó la promesa cumplida, como siempre lo hace con su mejor amigo, entregó el paquete, sonrió y platicaron de cosas diversas. Esta vez José María no quiso abrir el sobre frente a su amigo y prefirió llevárselo con él a su habitación, por primera vez José María esperaba la despedida, muriendo de ansias de encontrarse con su mundo de fotografía. Dentro de su cuarto de 4mx4m, sacó las imágenes y colocó una a una con tachuelas de colores sobre su muro, primero regreso a la fotografía del Tamesí, donde se atrevió a saludar y preguntarle su nombre a esa mujer enigmática pero transparente, extraña combinación. –María- le dijo. y al siguiente instante platicaron como si se conocieran de toda la vida, la invitó a cenar y se llenó de emoción. Se vio en su recamara arreglándose mientras en la imagen del espejo aparecía Miguel dándole una palmada en el hombro, fueron a su casa y vio como se apagaba la luz de la ventana del extremo derecho y luego se abría la puerta dejando mostrar a su cita, fueron a cenar y una vez que la dejó en su casa gritó su nombre: ¡María!, ella salió de nuevo por esa puerta que anunciaba la despedida, sonrió pícaramente y lo invitó a pasar. Su cita fue mucho más satisfactoria que la de Miguel, aunque la de José María, fuese irreal, se sintió tan pero tan cierta, que decidió dormir en la fotografía y tratar de no despertar en la celda la mañana siguiente. Llegó el sábado y esta vez en lugar del sobre manila que siempre llevaba para José, le llevé una sorpresa: -Te presento a mi prometida, dije sintiendo el coloreatado bochorno en mis mejillas. -¿María?, dijo mi amigo con mas espanto que asombro -Mariana, ¿te lo había dicho antes? Pensé que no, dije apenado, gracias a tu reto de tener una cita, mírame donde estoy ahora, escogiendo flores para los centros de mesa de mi boda, imagínate, será en ese salón que tanto odias y del que tantas veces salimos borrachos tras una fiesta. En este momento el mundo se derrumbó para José María, sintió algo que cerraba su garganta y extrañamente no envidió a Miguel, sino al viento, solo podía pensar en el viento y su estúpida libertad de rozar la piel de quien quiera y recorrer las calles que le plazca. Envidió tanto al viento, que de un portazo se cerró la puerta -Al parecer entró norte, dijo Miguel José María se quedó en silencio. Regresó a su habitación, esta vez de 1x1 y recorrió las imágenes del muro y llegó al restaurant a exigirle a María, o Mariana o como se llame, que volteara su mirada y de frente le dijera que no lo amaba, al notar que no giraba hacia él, se dirigió hacia la fotografía vecina y llegó al río, donde la encontró de frente obligada a encararlo. María cerró los ojos y le dijo: no llores por favor. José María apartó la mirada de la de ella, se puso de espaldas y ante el soplar del viento, su cuerpo se adueño de tanto coraje que solo dijo, -vete. Sintió que con ella se iba su corazón y su esperanza, mientras el paisaje hermoso de la ribera del río se quedó ahí, inútil, inútil sin ella, tapó sus ojos y se tiró a llorar. Si alguien tomara una fotografía de este momento, se vería un sauce llorón en el fondo y él, un llorón mas en el frente, esperando que pase de nuevo el amor, aunque sea en su mente, porque no puede moverse de donde esta, aunque en realidad, si alguien tomara una foto ahora, solo se vería un hombre tirado sobre el catre dentro de un maldito cuarto de .5mx.5m llorando. Ambos, sauce y preso están solos, tan solos como ellos mismos. De pronto me llamó José María y me dijo que no quería que fuera a visitarlo, rompió la rutina de mi día y me sentí un poco aliviado por pasar un sábado completo con Mariana. -Tengo reunión con mis abogados, me dijo. ¡No te quiero ver porque estoy enamorado de tu novia!, pensó, pero este grito se quedo atrapado en la frontera de sus dientes blancos y un silencio se apoderó de la llamada telefónica. -Suerte le dije. -Igual, me contestó. José María arranco las fotografías de su habitación de .95x.95 y con ellas arrancó también las caricias y besos que María le daba dentro de su mundo paralelo, borró las tantas platicas que compartían noche a noche en su habitación, arrancó sus paisajes vacios y los guardó en un sobre junto a sus emociones. Pidió una llamada telefónica y marco a su madre, le pidió que fuera a verlo pues tenía algo que quería darle a Miguel, -Son mas suyas que mías mamá, dijo con el tono que todos utilizamos cuando hablamos con nuestra progenitora -Pronto me inventaré un pasatiempo parecido, verás, me gusta escribir… poesía, ¿puedes creerlo?, ya veremos, tal vez haya algo más en mi que aun no conozco. ¿Talento?, supongo que sí. Tomé el paquete de las manos de la madre de José María, quien con lágrimas en los ojos me abrazó diciendo, casi sin entenderse por el lloriqueo y la risa desproporcionada y abrumadora, que su hijo pronto sería liberado. Así que una vez con el paquete en las manos, decidí abrirlo para ver que sorpresa me mandaba mi mejor amigo, tome cada fotografía y leí en cada una un fragmento de lo que ocurría por su mente, comprendí, si se puede, los sueños que vivían dentro de mis imágenes, sus imágenes. Sentí celos de Mariana y tras darme cuenta de lo desquiciado que esto sonaba, saqué las ideas de mi mente o más bien, mi mente de las ideas, pues al parecer, no eran solo mías. “José María: la exposición. Una serie de 15 fotografías acompañadas de poesía. Imágenes por Miguel Rendón y Textos por José María Luna.” José María llegó puntual a su cita de las cuatro, su primera cita fuera del penal, entró a la sala de 13x20 con su caminar pausado, ojos separados y ceja poblada, respiró tanta luz y gente que hasta se sintió desprotegido. -No esperaba verte, dijo Miguel -Pensé que no tendría ánimos, pero heme aquí -Esto es mas tuyo que mío -Gracias Recorrió toda la exposición con una copa en la mano, caminó pausado y con una sonrisa de satisfacción en el rostro, de pronto, se posó frente a la fotografía del Tamesí, el sauce llorón y María(na), y dijo en voz baja: “te inventé muy tarde”. -¿Qué dijiste?, se escuchó una voz femenina un poco gangosa decir -Nada, dijo José María, mientras giraba su estudiado perfil y se encontraba con una mujer de pelo obscuro y pecas en la nariz, ojos grandes color agua cochina, como diría su tía Lupe y ante una sonrisa contenida en unos labios delgados, él sonrió igual con sus carnosos labios rojos, cual carmín, de nuevo una expresión que la tía Lupe usaba cuando lo describía como el adonis que veía en el -¿Te gusta la foto?, dijo José María tan nervioso que se le notó en la voz -Es mi árbol favorito, contestó la mujer, -de hecho ese día lo bauticé. -¿Ese día? -Mírame, estoy ahí en el fondo, bueno, de no haber sido por Mariana que se atravesó -Lo bautizaste, dijo sonriendo ampliamente pero esta vez hacia adentro, hacia sí mismo- ¿cómo lo llamaste? -José En ese momento José María se quedó viendo la foto, se adentró en ella como lo hacía en su habitación de 2.75x2.75 y vio a esta bella mujer, que ahora estaba a su lado, despegar su mirada de un libro, tocar el árbol con su mano izquierda y girar su mirada hacia él, sonriéndole, con esa amplia sonrisa delimitada por sus labios delgados. -Mucho gusto, soy José María -¿Cómo la exposición? -No, como tu sauce. Se dieron un apretón de manos, chocaron las copas y… Click -Ya era hora de que salieras en una foto amigo, dijo Miguel- Ahora sí, volteen y sonrían...1…2…3!